Si existe Auschwtiz, no puede existir Dios

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SI EXISTE AUSCHWITZ, NO PUEDE EXISTIR DIOS

 

El sobreviviente del Holocausto y suicida Primo Levi escribía, casi a modo de epílogo, esta frase antes de morir (o suicidarse, que nunca quedó claro) y toda ella nos invoca a una reflexión sobre el pasado, el presente y el futuro de Europa.

 

Por Ricardo Angoso

 

Aparte de esta cruda reflexión de Levi, que ya de por sí nos invita a repensar muchas cosas y conceptos de nuestro dudoso civilizado Occidente, el Holocausto, que en estos días se recordaba el 27 de enero con el día en recuerdo de las víctimas, sigue siendo para muchos, entre los que me incluyo, como un antes y un después en la historia de Europa. Un antes porque aunque el continente nunca fue un balneario bien avenido y pacífico, guerras regionales fratricidas por medio y matanzas pavorosas, el antisemitismo llegó al clímax con el Holocausto, donde seis millones de judíos junto con otros millones gitanos, prisioneros rusos, gays y un sinfín de categorías y nacionalidades fueron sacrificados en el altar de la limpieza étnica de una forma infame.

 

Y un después, en el sentido de que nunca más las cosas volverían a ser igual que antes y cambiarían para siempre la fisionomía de nuestro continente. La vida judía de casi la mitad de Europa, pero especialmente de Austria, Alemania, Grecia, Hungría, Polonia, Rumania, Ucrania y la antigua Checoslovaquia, desapareció para siempre y, en su lugar, solamente quedaron los cementerios abandonados y las cenizas de una hoguera que todavía arde en nuestros corazones.

 

Theodor Adorno decía, siguiendo la estela funeraria de Levi, que después de Auschwitz no se podía escribir poesía. Pero sí, viejo Adorno, sí se podía escribir poesía y muchos lo hicieron, como el poeta judío de origen rumano Paul Celan, que nos dejó sus mejores versos tras su paso por el infierno concentracionario para, a renglón seguido, después de comprender la futilidad de su existencia marcada por un destino trágico y fatal, acabar sus días suicidándose, anticipándose a Levi y otros tantos que les siguieron en ese destino macabro y rayano en lo absurdo, terrible e incompresible para muchos. Quizá era el único camino para digerir tanto infortunio, tanto dolor ante la inhumanidad de algunos y el silencio de casi la mayoría del mundo. Nuestro silencio, por cierto, porque el mundo permaneció mudo, mientras millones de seres humanos -sí, tan humanos como nosotros- se convertían en nada, en polvo o en humo, a través de las chimeneas de Auschwitz.

 

Ese silencio, ese mundo que se evaporaba en las cámaras de gas, y esa indiferencia supongo que sería la misma que llevó al escritor Stefan Zweig a tomar la misma decisión que Levi y Celan. Un día del año 1942, en su amada y plácida Petrópolis, allá allende de los mares, en Brasil, salió a pasear con su mujer por la ciudad, vestido de sus mejores galas, como acostumbraba a hacer en sus esplendorosos días en Salzburgo y Viena, y se despidió del mundo porque ya no merecía la pena vivir en un mundo así, abandonado de sus valores y principios y entregado a la barbarie más brutal y siniestra.

En fin, entre tanto suicidio, también había algún resquicio para la esperanza y los hechos así lo demuestran. Dios, como decía Levi, puede que no exista, pero al menos Israel sí existe y la llama de los sobrevivientes del Holocausto, reivindicando la memoria de las víctimas y el pasado judío de Europa, así lo atestigua. Es poco, claro, sí, pero es algo más que nada y cada día que pasa, mientras nos abandonan por razones biológicas los testigos de esa gran tragedia, la llama parece que se pasa a las nuevas generaciones y el recuerdo de todo lo que aconteció sigue perenne en nosotros, vivo en nuestras almas y se proyecta hacia el futuro con todos nuestros actos cotidianos y públicos.

 

EDUCACIÓN Y PEDAGOGÍA CON RESPECTO AL HOLOCAUSTO

Pero, aún así, sigue siendo poco y el futuro no debe gravitar sobre tan escasos medios, sino que la perennidad -si es que se puede decir así- de la memoria, el recuerdo y la reivindicación de los que no están deben tener unas bases más sólidas sustentadas en la educación y la pedagogía con respecto al Holocausto, no tanto como para fomentar una suerte de mito o propaganda fundamentalista con respecto al mismo. Ese no es el camino. Se trataría, en definitiva, de ser capaces de inculcar unos valores que prevengan posibles amenazas parecidas en el futuro y que las nuevas generaciones sean capaces de conocer el pasado para no caer en errores parecidos. Los terribles acontecimientos vividos en el siglo pasado, donde abundaron junto al Holocausto terribles genocidios como el de los armenios, el de Bosnia y Herzegovina y el de Ruanda, por citar algunos, deben invitar a esa reflexión de cara al futuro y fomentar una nueva cultura basada en el diálogo, el respeto al diferente y la coexistencia pacífica entre las diferentes culturas.

 

Desgraciadamente, la crisis de Ucrania ha vuelto revelar trágicamente que los europeos siempre acabamos cayendo en los mismos errores y que el recurso a la violencia, crímenes de guerra perpetrados por Rusia por medio, sigue muy presente en nuestra forma de resolver los avatares políticos. Pero, no por ello, y retomando al viejo Levi debemos de no dejar caer en saco roto su premisa de que “no es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿Quién hablará?”, y abordar el asunto de la memoria con una visión pedagógica de futuro.

 

Para concluir, y finalizar esta larga reflexión, concluyo con las palabras del historiador francés Francois Furet, quien apunta en la misma dirección:”Los crímenes del nazismo fueron tan grandes y resultaron, al final de la guerra, tan universalmente visibles que el mantenimiento pedagógico de su recuerdo desempeña un papel indiscutiblemente útil, y hasta necesario, mucho después de que hayan desaparecido las generaciones que los cometieron. Porque la opinión tuvo, más o menos concretamente, conciencia de  que esos crímenes había algo específicamente moderno, que no carecían de relación con ciertos rasgos de nuestras sociedades, y que era menester velar cuidadosamente para evitar su regreso (…) Las formas de rememorar que adopta (el recuerdo del Holocausto), el tipo de pedagogía que inspira, no siempre son muy profundas, y puede ser utilizada con finalidades políticas. Pero lo que esta desgracia expresa ha de tomarse con un sentimiento político esencial en los ciudadanos de  los países democráticos en este fin de siglo -este texto está escrito a finales del siglo XX. Al historiador, y más en general al intelectual, toca convertirla en enseñanza más informada y menos partidaria. Confieso que no es fácil, pero es necesario”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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