por Ricardo Angoso
El liderazgo de Rusia en la escena internacional se acrecienta tras fortalecer sus lazos con China, Turquía e Irán y también porque va extendiendo su influencia política, territorial y militar en la antigua periferia soviética, ocupando espacios que dejó los Estados Unidos en estos años.
Al tiempo que los Estados Unidos, sobre todo durante la era Donald Trump, han ido perdiendo capacidad de influencia en Oriente Medio, Europa -cuyo abandono de la OTAN es notorio-, Asia Central e incluso Asia, Rusia emerge con fortaleza en la escena internacional y muestra una potente y dinámica acción exterior, tal como se ha visto en la reciente guerra del Cáucaso, en que medió entre Armenia y Azerbaiyán para arrancarles un acuerdo y estacionar sus fuerzas de paz en la región de Nagorno Karabaj para evitar una escalada del conflicto y una segura derrota rotunda y contundente armenia.
Pero Rusia no solamente mantiene fuerzas en ese disputado enclave, que antaño fue de Azerbaiyán, sino que ocupa militarmente Transnistria, en Moldavia; también la regiones de Osetia del Sur y Abjasia, cuyas secesiones fueron atizadas por Moscú en Georgia y que constituyen dos “estados independientes” en dicho país; se anexionó Crimea y mantiene en armas contra el gobierno de Kiev a las regiones separatistas de Donbass y Donetsk, en Ucrania; y mantiene bases militares en Armenia, Kirguistán, Tayikistán, Georgia y Azerbaiyán. También Moscú, cada vez más activo en este mundo postsoviético, impulsó la Unión Económica Euroasiática, formada por Kazajstán, Armenia, Bielorrusia, Kirguistán y la misma Rusia, una suerte de Unión Europea (UE) a la rusa.
Aparte de esta presencia en su la antigua periferia soviética, a las mismas puertas de la Alianza Atlántica, que integró en sus filas a numerosos vecinos de Rusia, como los países bálticos y Polonia, Moscú se ha convertido en el principal aliado de Siria en la guerra civil que libra contra diversos grupos opositores y tiene una base sobre el Mediterráneo, Tartús, y ha reforzado su liderazgo en Oriente Medio a merced de las buenas relaciones con Israel, paradójicamente uno de los mayores enemigos del régimen sirio en la región. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahú, tiene una excelente relación política y personal con el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, y ha visitado en numerosas ocasiones Moscú, donde goza de un gran predicamento.
LA TRIPLE ALIANZA CON TURQUÍA E IRÁN
También Rusia ha formado una suerte de “triple alianza” con Irán y Turquía, países con los que históricamente rivalizaba en el Cáucaso por extender su área de influencia, aprovechando el vacío dejado por unos Estados Unidos cada vez más alejados de esta zona del mundo, donde el presidente Trump ha exhibido una torpeza y dejadez apabullante. Las rencillas entre Washington con Teherán y Ankara, por motivos bien distintos en ambos casos, le dejaron el campo libre a Putin. La ruptura de los acuerdos sobre el armamento nuclear de Irán por parte de los Estados Unidos, dejando a la UE y a Rusia en la estacada, fueron aprovechados por Putin para estrechar sus lazos con el régimen teocrático iraní y, de paso, para venderle armas, algo a lo que Estados Unidos siempre se ha opuesto y que ha tratado de impedir por todos los medios.
Con Turquía, antaño enemigo de Rusia en el Cáucaso y los Balcanes, las relaciones han mejorado tan rápidamente como se deterioraban con la UE y los Estados Unidos, habiéndose propiciado la construcción de un gaseoducto que cruzará Turquía y que llevará el gas ruso a los Balcanes, Europa Central y del Este, haciendo dependiente a Europa de Ankara, que tendrá el control de la llave de paso del mismo, y de Moscú, de cuyas materias primeras seguirán siendo muy dependientes numerosos países europeos, pero especialmente Alemania, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Hungría, Polonia, la República Checa y Serbia, cuya aportación del gas ruso supera el 50% del total de este fluido que consumen. Una realidad económica que tiene un trasfondo geoestratégico innegable y que revela la dependencia de Europa en cuanto a reservas naturales con respecto a Rusia.
En lo que respecta a Asia, hay que señalar que Rusia ha mejorado notablemente sus relaciones con China en los últimos tiempos y que las actuales atraviesan uno de sus mejores momentos en la historia, a diferencia de lo que ocurre con las mismas entre los Estados Unidos y Pekín, caracterizadas por acusaciones de todo tipo por parte de Trump, que acusó a los chinos de propagar pandemia del covid-19 y de hacer “trampa” en las relaciones comerciales. Moscú, incluso, mira con buenos ojos el llamado de China a establecer una relación estrecha de coordinación regional basada en la cooperación internacional contra la pandemia y para encontrar la solución política de varios problemas regionales candentes en la región.
Pero no todo son buenas noticias para Putin porque el país tiene ante sí numerosos desafíos en el plano interior a los que hacer frente, como la crisis demográfica, “que alcanzó un punto máximo en 2018 cuando, por primera vez en una década, la población rusa cayó en términos absolutos, reduciéndose en 93.500 personas hasta los 148,8 millones de habitantes, según el Servicio Estatal de Estadísticas ruso”, tal como informaba la BBC recientemente y que no se ha detenido en estos últimos veinte años ni hay indicios de que vaya a ser afrontada debidamente por las autoridades.
Luego, otro aspecto fundamental de la crisis de Rusia desde la implosión de la extinta Unión Soviética tiene que ver con la economía, es decir, con las carencias de la misma, en el sentido que es muy dependiente de las materias primas, la industria del armamento, la minería, el petróleo y el gas y está muy poco diversificada. El rublo se hunde desde hace meses, el país produce poco o muy poco y su crecimiento sigue siendo negativo, en plena pandemia, y seguramente será nulo el próximo año. Para terminar, y como guinda de la tarta, mientras la elite rusa cercana a Putin vive una vida de superlujo sin mostrar aprietos, entre el 13 y el 25% de la población es pobre y un 36% de los rusos están en riesgo de llegar a ese mismo estado, algo que al actual ejecutivo ruso le importa poco y tampoco le interesa porque nunca tendrán que contrastar su forma de gobernar con sus oponentes en las urnas. A los mismos, ya se sabe lo que les espera, el silencio, el olvido y el veneno, tal como le ocurrió al disidente ruso Alexei Navalny, que casi paga con su vida desafiar al zar Putin. Rusia es un mundo aparte separado del mundo, quizá como lo fue siempre.