LA AMENAZA DEL ISLAMOFASCISMO EN FRANCIA

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El Islamofascismo llega a Francia

La reciente decapitación de una profesor de escuela por varios jóvenes integrados en celulas islamistas en Francia y el reciente atentado de Niza, con el resultado de tres muertos -mujer decapitada por medio- y varios heridos, vuelve a poner de actualidad la necesidad de controlar las fronteras y los límites de hasta donde debe llegar la tolerancia religiosa

por Ricardo Angoso

Las matanzas contra los ciudadanos occidentales, que comenzaron en Nueva York, en el 2001, y que continuaron con su estela sangrienta en Madrid,  Barcelona, Londres, París, Bruselas, Berlín, Niza, Manchester y tantos otros lugares, tienen un hilo conductor: el odio de los islamistas más radicales hacia Occidente. Se trata de una nueva variedad del Islam, obviamente, es el Islamofascismo.

¿Qué es el Islamofascismo? Islamofascismo o fascismo islamista es la asociación entre rasgos ideológicos y operativos de determinados movimientos islamistas  contemporáneos con los del neofasicsmo, los del totalitarismo o, en menor medida, los de las corrientes inspiradas en los fascismos históricos europeos de la primera mitad del siglo XX.  Aparte de esos rasgos identificativos de este nuevo movimiento, sus métodos ya habían sido empleados por otros movimientos islamistas, como Hamas y Hezbolah, para aterrorizar en otras partes del mundo a sus enemigos o simples disidentes de su forma extrema de entender el Islam. O también para degollar a los “impuros”, o sea los no creyentes del Islam.

Tanto los asesinos del profesor como los que perpetraron la acción de Niza eran refugiados que llegaron a Europa aprovechando nuestra permisividad y tolerancia frente a la inmigración ilegal, el islamismo más radical y la propagación de redes islamistas radicales de la peor especie. El asesino del profesor era checheno, mientras que el de Niza era una tunecino que entró ilegalmente en Europa gracias a la ayuda de alguna ONG o alguna mafia dedicada a la “exportación” de ilegales hacia Europa.

Abrimos  nuestras puertas sin mirar a quien entraba y acogimos con los brazos abiertos a miles de integristas islámicos en nombre de una suicida tolerancia. Ahora las consecuencias a la vista están. Millones de ciudadanos inocentes estamos pagando por los errores de nuestros gobernantes, por sus demenciales políticas de acoger en nuestras casas a auténticos asesinos. Los que ayer atentaron en Niza y causaron varios muertos y decenas de heridos son nuestros vecinos, no busquen lejos de sus fronteras, los tenemos dentro. Son la quinta columna del odio a Europa y sus valores: los integristas musulmanes que engrosan hoy las filas del Islamofascismo.

En definitiva, se trata de la inquina y el desprecio del Islam más brutal, con todas sus arcaicas ideas y retrógrados principios, hacia la Europa de las libertades, el progreso y los Derechos Humanos. Nos matan porque nos odian, nos odian porque no pueden aceptarnos libres y viviendo en armonía pacífica con nuestros vecinos. Es una guerra santa declarada del integrismo más intransigente, racista y vetusto contra la Europa de las luces y la razón, pero también contra aquellos que en otras latitudes del mundo se inspiraron en estas ideas para construir sociedades libres y abiertas. Tienen un rencor de siglos que alimentan con su miseria intelectual y moral.

EL ISLAMOFASCISMO YA ESTÁ EN NUESTRAS CALLES

El Islamofascismo no aceptará nunca que vivamos en sociedades libres, donde las mujeres pueden votar, pasear libremente sin llevar un burkah y sin pedir permiso a sus maridos; no aceptarán nunca que hombres y mujeres de todas las condiciones y colores sean iguales y pueden tener los mismos derechos. No nos perdonarán nunca que no colguemos a los gays en grúas, tal como hacen en la progresista Irán que, por cierto, financia a grupos de izquierda como Podemos y regímenes abyectos como el de Nicolás Maduro. O, simplemente, que no arrojemos a las adulteras o a los homosexuales desde un quinto piso para que después una turba –no merece otro nombre- de buenos musulmanes los remate a pedradas, siguiendo las rancias tradiciones islámicas que en nombre del Profeta se “instalaron” en los territorios bajo la férula del autodenominado Estado Islámico. Fascismo brutal y salvaje en estado puro, no tiene otro nombre.

Nos matan porque bebemos alcohol, porque no aceptamos quedarnos en la Edad Media, porque nos gusta la música, porque bailamos, tocamos el piano y porque nos negamos a aceptar vivir en regímenes teocráticos que viven anclados en la prehistoria. Ellos queman los vinilos, destruyen las radios, queman los libros prohibidos, casi todos, todo hay que decirlo, y se irritan con cualquier cosa que huela a tolerancia, progreso y libertad. Son los nuevos nazis, los bárbaros del siglo XXI que matan a los cristianos, degüellan a los infieles y miran hacia la Meca sin olvidar que su objetivo final es destruir esta Europa democrática, plural, librepensante y sustentada en esos valores fundamentales de la revolución francesa que se ganaban a sangre y fuego en las calles al grito de “¡Libertad, Igualdad y Fraternidad!”. Eso, a esos miserables asesinos, les suena a chino y alimentan su odio con nuestra sangra, muerte y dolor.  ¡Es el Islamofascismo!, que ya está aquí y llama antes nuestras puertas con sus cuchillos.

Este odio y este rechazo hacia nosotros, porque por eso nos están matando, ya lo definía muy gráficamente hace años la fallecida periodista italiana Oriana Falacci: “Para comprenderlo –el odio- basta mirar las imágenes que encontramos cada día en la televisión. Las multitudes que abarrotan las calles de Islamabad, las plazas de Nairobi, las mezquitas de Teherán. Los rostros enfurecidos, los puños amenazadores, las pancartas con el retrato de Bin Laden, las hogueras que queman la bandera americana y el monigote de Bush”.

Nos matan porque somos seres impuros ante sus ojos. Nos matan porque nos consideran inferiores, pecadores, merecedores de la muerte y porque no somos dignos de pertenecer a su fanática secta. Nos matan porque somos hombres de bien que aceptamos a las mujeres como son y porque no tenemos problemas en tener amigos gays. A sus ojos, claro, somos impuros y lo seremos de por vida, tal como bien explica la ya citada Fallaci: “En cuanto a los que se arrojaron contra las Torres y el Pentágono, los juzgo particularmente odiosos. Se ha descubierto que su jefe Muhammad Atta dejó dos testamentos. Uno que dice: “En mis funerales no quiero seres impuros, es decir, animales y mujeres”. Otro que dice: “Ni siquiera cerca de mi tumba quiero seres impuros. Sobre todo los más impuros de todos: las mujeres embarazadas”. Con esta gente, inspirador de un credo tan retrogrado, es imposible hablar y mucho menos negociar, tal con como resumía muy atinadamente Fallaci: “Pues negociar con ellos es imposible. Razonar con ellos, impensable. Tratarlos con indulgencia o tolerancia o esperanza, un suicidio. Y cualquiera que piense lo contrario es un pobre tonto”.

Nos matan, y voy concluyendo, porque nuestra democracia es débil frente a esta nueva amenaza que ya está aquí y que cada día que pasa, como una gran bola de nieve, nos va sumiendo a todos en una pesadilla infernal de sangre y fuego, destrucción y horror. Nos matan porque al igual que en la década de los treinta del siglo pasado, cuando los fascistas se conjuraron para destruir las democracias en Europa y casi lo consiguen, los demócratas somos (y fuimos entonces) débiles y no hicimos nada para detenerlos.  Si hoy no paramos al Islamofascismo, las consecuencias para Europa, pero también para el mundo, serán funestas y acabaremos ahogados en un baño de sangre interminable.

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