Con tus gemidos se loa arrullado el mundo, Y juega con las hebras de tu llanto. Los surcos de tu rostro, que amo tanto, Son cual llagas de sierra de profundos. Gabriela Mistral, poeta, al referirse al sufrimiento de los judíos de Polonia
Desde la ocupación nazi de Polonia, en septiembre de 1939 después de un ataque relámpago que provocó la Segunda Guerra Mundial, los judíos sufrieron en sus carnes la persecución. Nada más llegar las nuevas autoridades de la Alemania de Hitler, en aquellos aciagos días, se decretaron las primeras medidas contra las poblaciones hebreas en todo el país. Tres millones de judíos polacos, casi la mitad de toda la población judía que vivía en Europa del Este, quedaron atrapados en una gran cárcel sin posibilidad de escapar.
Los judíos polacos murieron, mayoritariamente, en los campos de concentración abiertos por los nazis en Treblinka, Auschwitz, Sobibor, Chelmno y Belzec, en las acciones llevadas contra las poblaciones hebreas a cargo de los “Einsatzgruppen” -escuadrones salvajes de nazis que llevaban a cabo grandes matanzas sin miramientos de ningún tipo- y en los guetos abiertos por los alemanes en las ciudades y pueblos de Polonia. Más de 400.000 judíos vivían en Varsovia antes de la guerra y la mayor parte de esa población fue recluida en el gueto del mismo nombre, un espacio superpoblado de apenas unos kilómetros cuadrados donde la vida no valía nada y reinaba el hambre y la miseria más espeluznante.
Según cuentan en algunas fuentes bien documentadas, algunos miles de polacos participaron en esas matanzas y colaboraron nazis en el exterminio de los judíos. “Muchas de las masacres alentadas por los alemanes fueron llevadas a cabo con la ayuda, o incluso la participación directa, de los mismos polacos. El caso paradigmático es la Masacre de Jedwabne, en la que entre 300 y 1600 judíos fueron torturados hasta la muerte, cuando no quemados vivos, por una parte de los habitantes católicos de Jedwabne”, señala la enciclopedia wikipedia en internet al referirse a este episodio.
El mismo diario El País, al referirse a esta matanza, aseguraba tajante: “Jan T. Gross, profesor de la universidad estadounidense de Princeton de origen polaco, desveló en 2001 uno de los últimos secretos de la II Guerra Mundial, y uno de los más oscuros: la matanza el 10 de julio de 1941 de los judíos del pueblo de Jedwabne, en Polonia. Los autores no fueron los nazis, sino sus propios vecinos polacos, que tras someterlos a todo tipo de torturas y vejaciones públicas quemaron vivos a los supervivientes en un pajar”. Gross escribió hace 16 años el libro Vecinos, que causó entonces un impacto tremendo en Polonia, un país que este historiador y sociólogo abandonó en 1968. En el libro, Gross denuncia el colaboracionismo sin mácula de duda de los polacos de entonces con el Holocausto, un secreto a voces nunca negado por casi nadie, incluidos los polacos de bien. Ahora, el Gobierno polaco, cuyas medidas autoritarias están causando una honda preocupación en la UE, ha lanzado una cruzada contra este investigador.
Al reseñar este libro el director de Gazeta Wyborcza, Adam Michnik, uno de los más importantes intelectuales polacos, escribió: “Es difícil valorar la dimensión de ese choque. El libro de Gross ha provocado reacciones que pueden ser comparadas con las que motivó el libro de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén”. El filósofo George Steiner aseguró entonces que “el relato de Gross de las atrocidades durante la guerra ha despertado a una nación que ha escondido sistemáticamente su pasado”.
Aun así el tema es muy controvertido y no se conoce totalmente el grado de participación de los polacos católicos en las matanzas de judíos en parte porque los líderes judíos se niegan por razones religiosas a una hipotética exhumación de los restos de las víctimas que ayudaría a establecer las causas de su muerte e incluso podría esclarecer quiénes fueron los responsables. El Instituto Nacional Polaco por la Memoria señala 22 poblaciones más en las que sucedieron pogromos similares al de Jedwabne. “Las razones de estas masacres se siguen debatiendo hoy en día, aunque entre ellas se incluyen el antisemitismo, el resentimiento de muchos polacos debido a la cooperación judía con los soviéticos que habían invadido el este de Polonia en el año 1939, el deseo de robar las pertenencias de los judíos (aunque antes de la guerra la mayoría de los judíos polacos eran pobres) y, por supuesto, el impulso, cuando no instigación, que dieron los nazis a la participación en estas masacres”, sigue informando wikipedia en su información relativa al Holocausto polaco.
Pese a todo lo que significó el Holocausto y el final de la vida judía en Polonia, hay que reseñar que hubo momentos para la gloria y la esperanza, aun en tiempos de terror, muerte, persecución y miseria, cuando miles de judíos se levantaron, en 1943, en la gran revuelta del gueto de Varsovia, en 1943, contra sus torturadores nazis. Miles de judíos se inmolaron luchando en condiciones de absoluta inferioridad contra la maquinaría nazi y otros centenares prefirieron suicidarse antes que rendirse arrojándose desde los destruidos edificios de Varsovia, tal como nos han dejado numerosos testimonios gráficos para la historia. Más de 56.000 judíos fueron capturados en el aniquilado gueto tras la lucha, 13.000 murieron en los heroicos combates y más de 37.000 tuvieron la fatal suerte de ser enviados a los campos de la muerte.
Termino esta breve reseña sobre el Holocausto polaco y el heroísmo de los luchadores del gueto de Varsovia con estas estrofas de un poema del poeta Paul Celan que son muy oportunas para el caso:
“Imagínate: el soldado en la ciénaga de Masada aprende patria, de la manera más imborrable, contra cada púa en el alambre. Imagínate: los que no tienen ojos ni figura te llevan libremente a través del gentío, tú te vas fortaleciendo cada vez más. Imagínate: tu propia mano ha sostenido este pedazo de tierra habitable alzado de nuevo a la vida por el sufrimiento. Imagínate: esto me tocó en suerte, en vela el nombre, en vela la mano para siempre, desde lo insepultable”.