EL HOLOCAUSTO CROATA. TERROR Y MUERTE EN LA CROACIA FASCISTA

En este momento estás viendo EL HOLOCAUSTO CROATA. TERROR Y MUERTE EN LA CROACIA FASCISTA

EL HOLOCAUSTO CROATA. TERROR Y MUERTE EN LA CROACIA FASCISTA

RICARDO ANGOSO, 2008.

En 1939, en un período de alta tensión en toda Europa y una vez que Hitler se ha rearmado y preparado para una guerra en aquellas fechas ya inevitable, Alemania invade y ocupa Polonia a sangre y fuego. Dos años más tarde, en 1941, Alemania, en acuerdo con Italia, decide repartirse territorialmente los Balcanes. La suerte de los judíos del continente cambiaría para siempre tras el comienzo de la guerra.

 

Los territorios de Croacia y una parte de la actual Bosnia y Herzegovina son repartidos entre las dos potencias fascistas, que emplean los métodos más brutales, incluyendo bombardeos contra poblaciones civiles; poco a poco, Bulgaria, Grecia, Serbia y Rumania se irán rindiendo y plegando a los deseos y planes militares de los nazis, que son ya los amos del continente. Yugoslavia, simplemente, deja de existir y en Belgrado se instala una administración títere colaboracionista de los nazis.

 

Además, en el mismo año 1941 y para contribuir aún más a la destrucción de Yugoslavia, Italia auspicia la creación del conocido como Estado independiente croata liderado por el caudillo de los fascistas locales, Ante Pavelic, personaje de triste memoria y que después se entregaría a la eliminación física de todos los elementos no croatas del país. Entre 1941 y el final de la guerra, el régimen de Pavelic se caracterizaría por la brutalidad sin límites y por su colaboración con los nazis en el exterminio de los judíos, pero con más ahínco, incluso, que los propios nacionalsocialistas, tal como denunciarían con estupor algunos fascistas italianos.

 

Croacia se convertiría, así, durante la II Guerra Mundial, en el escenario de uno de los genocidios más crueles de la historia. Con el beneplácito y la colaboración de la Alemania nazi y de la Iglesia Católica, representada por Aloisi Stepinac, obispo de Zagreb, el mal llamado Estado independiente croata colaboraría con los nazis en la “solución final” y elminaría durante cuatro largos años a todos los no croatas. Ante Pavelic, un católico ferviente y sanguinario, creó y dirigió el partido de los ustachas o patriotas con la ayuda del régimen fascista italiano de Roma, donde lograría asilo político antes de llegar al poder. A los dos meses de que los nazis ocuparan toda Yugoslavia, el partido ustacha anunció el programa de conversión obligatoria al catolicismo y de deportación y exterminio de los dos millones de ortodoxos serbios del país; tampoco los judíos y los gitanos se librarían de sus planes de limpieza étnica.

 

También, a partir del momento de la creación del nuevo régimen, las autoridades colaboracionistas de Zagreb decretarían una serie de medidas raciales y discriminatorias muy parecidas a las Leyes de Nuremberg decretadas por los nazis, prohibiendo a los judíos ejercer todo tipo de profesiones y sometiéndoles a una dura existencia, que incluso les llevaría a ser obligados a abandonar las ciudades y ser recluidos en campos de exterminio. La existencia milenaria de los judíos en Croacia, que databa de tiempos de los romanos, se vería así truncada por la acción de los ultranacionalistas croatas.

 

Por aquellos pagos llegaría un conocido y apuesto oficial de las SS llamado Kurt Walheim, futuro secretario general de las Naciones Unidas y más tarde Presidente de Austria, símbolo de la doble moral con que Occidente afrontó el Holocausto y trató a los criminales de guerra después de la contienda. Walheim nunca sería juzgado y se convertiría en el referente más palpable de la ignominia austriaca frente al drama de los judíos europeos.

 

De la misma forma que ocurrió con los judíos, miles de gitanos, serbios y no arios fueron ejecutados por las nuevas autoridades croatas. En Jasenovac, el más grande campo de concentración de esta época, serían asesinadas miles de personas con la ayuda de Alemania e Italia y con el silencio cómplice de la influyente y fascistizada Iglesia católica croata. La conocida y turística ciudad de Dubrovnik estaría dentro de las fronteras del nuevo Estado, en la zona de influencia militar italiana; allí vivía una pequeña comunidad sefardí que desaparecería para siempre. (Hoy en dicha ciudad apenas viven media docena de judíos, tal como pudo comprobar quien suscribe estas líneas).

 

Mientras se sucedían estos sangrientos sucesos en Croacia, en el territorio de antigua Yugoslavia, pero principalmente en Serbia y en Bosnia, dos movimientos guerrilleros, uno de inspiración comunista -los partisanos del mariscal Tito- y otro monárquico y derechista -los chetniks de Draza Mihajlovic-, luchaban contra los ocupantes alemanes, llegando a causar importantes problemas a los ocupantes y causándoles importantes bajas y daños materiales. A partir de 1943, una vez que se conoció que los chetniks estaban cometiendo crímenes de guerra contra los civiles croatas y que podían estar prestando su colaboración y apoyo a los alemanes, los aliados decidieron romper sus relaciones con Mihajlovic y apoyar abiertamente a los comunistas de Tito.

 

Sin embargo, pese a que la antigua Yugoslavia existía una red organizada de resistencia contra el régimen, nada se pudo hacer para detener las horrendas matanzas que se sucedían, principalmente, en el campo de Jasenovac. Los testimonios de las víctimas hablan de degollamientos, matanzas indiscriminadas, pavorosas torturas y un régimen de terror, humillación y exterminio indescriptible. Una de las principales características del Holocausto croata es la rapidez con que se desarrolla, pues la maquinaría ustacha se mostró inflexible, escasamente humanitaria y actuó de una forma vertiginosa a la hora de llevar a cabo sus planes.

 

La responsabilidad del régimen fascista croata

En agosto del mismo año de la formación del Estado croata de carácter fascista, 6,000 judíos croatas fueron aniquilados y 20,000 más fueron enviados a campos de concentración. De la misma forma, en el territorio de Bosnia-Herzegovina los nazis masacraron a cerca de 9,000 judíos con la cooperación de los musulmanes locales quienes, bajo la influencia de sus líderes, como Haj Amin el Husseini, el gran muftí de Jerusalén, se mostraban hostiles a los judíos. El gran muftí, que más tarde sería perseguido por crímenes contra la humanidad por las autoridades aliadas, llegaría a organizar y apoyaría la formación de una unidad de las SS –la brigada Handzar- compuesta únicamente por musulmanes bosnios. Esta unidad, como casi todas las que lucharon al lado de los alemanes en territorio yugoslavo, cometería horrendos crímenes contra la humanidad, pero sobre todo contra las poblaciones civiles serbias, gitanas y judías. De todos estos hechos, como de los crímenes de los ustachas, hay abundante material gráfico; impresionan, sobre todo, las imágenes del gran muftí, tío del líder palestino Arafat, reunido con Hitler y pasando revista a las fuerzas bosnias aliadas de los nazis.

 

Fuera de la Croacia fascista, en la Vojvodina, ocupada por las tropas húngaras, se establecieron campos de concentración en donde perdieron la vida más de 6,000 judíos. Serbia, por su parte, fue declarada en 1942 Judenfrei o “libre de judíos”, ya que gracias a la colaboración de ciertos sectores de la sociedad, la gran mayoría de los 12,000 judíos serbios fueron aniquilados en los campos de exterminio En total alrededor del 80% de los judíos yugoslavos murieron a manos de los alemanes y los croatas. De 71,000 judíos sólo sobrevivieron 14,000, aunque otras fuentes elevan las víctimas hasta los 63.000.

 

No obstante, en Yugoslavia, a diferencia de otros territorios ocupados por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, la resistencia es constatable en todo el territorio yugoslavo. Así las cosas, a finales de 1944, y una vez que los alemanes se están hundiendo en todos los frentes, los partisanos de Tito lideran la resistencia en casi todo el espacio de la antigua Yugoslavia. En lo que respecta a Croacia, el hundimiento de la Italia fascista, las continúas derrotas de los nazis en casi toda Europa y la debilidad del régimen de Pavelic, que nunca consiguió separarse de sus aliados externos y lograr una base social que le hubiese permitido su supervivencia política, provoca la desbandada de los ustachas y un final más propio de la “caída de los dioses” que de un régimen que estaba destinado a gobernar Croacia durante más de “1000 años”.

 

Pavelic, que siempre había contado con el apoyo de la Iglesia católica e incluso había sido recibido por el papa Pío XII, huyó en las postrimerías de la guerra hacia Austria, luego a Italia, finalmente a Argentina y Paraguay para acabar recalando en la España franquista, donde moriría en el “olvido” y la ignominia en el año 1959. El balance del sangriento régimen de Pavelic, de triste memoria para la mayor parte de los croatas, pero sobre todo para las minorías gitana, judía y serbia, serían las casi 800.000 personas ejecutadas en los campos de la muerte y en las aldeas y pueblos sometidos al aquelarre criminal de la limpieza étnica. El silencio de la Iglesia católica, junto la complacencia y el apoyo de los regímenes fascistas de Alemania e Italia, permitirían una de las mayores matanzas de la historia de la Segunda Guerra Mundial.

 

La segunda Yugoslavia y la huida de los responsables de las masacres

En 1945, y con el apoyo de los aliados y en menor medida de los soviéticos, Tito se hace con el poder en Belgrado tras la derrota y posterior huida de los alemanes. El régimen fascista croata, como ya hemos dicho antes, se derrumba y Pavelic, tras haber cometido numerosas fechorías y crímenes, huiría, abandonando a su suerte a sus colaboradores, oficiales y ministros, muchos de los cuales fueron más tarde juzgados y ejecutados por las nuevas autoridades comunistas sin contemplaciones.

 

El campo de Jasenovac, que unas semanas antes de que terminase la guerra había asistido a una revuelta de los prisioneros y detenidos contra sus guardianes, fue liberado por las fuerzas de Tito, que, sin embargo, no hallarían muchas pruebas contra los ustachas pues las instalaciones y las pruebas de los crímenes habían sido destruidas previamente.

 

El ya reseñado papel colaboracionista de la Iglesia católica durante el régimen fascista croata también le acarreó problemas en el nuevo Estado comunista y desde luego daría por sí solo para otros ensayos. Tras la guerra, el siniestro arzobispo Stepinac, principal colaboracionista y sustento de Pavelic durante los años de su terrible gobierno, fue juzgado y encausado, aunque nunca por crímenes de guerra y sin mostrar ningún arrepentimiento por el silencio y el alto grado de colaboracionismo de numerosos sacerdotes y monjas con las autoridades fascistas en las matanzas indiscriminadas de civiles. Hay numerosos casos reseñados y documentados de jerarcas, sacerdotes y simples monjes franciscanos implicados en las matanzas ejecutadas por el régimen de Pavelic.

 

Tras la reciente independencia de Croacia, en 1991, Stepinac fue rehabilitado y hoy sus restos reposan en la catedral de Zagreb, donde llegó a orar el difunto papa Juan Pablo II sin siquiera llegar a mencionar a las miles de víctimas causadas por el régimen de Pavelic. Los serbios, pero también otras comunidades, se sintieron ofendidas por este desprecio del máximo pontífice de Roma hacia el dolor y el sufrimiento generado por los ustachas. Al menos, en un momento de guerra y confusión en la antigua Yugoslavia, se podía haber evitado el homenaje a una figura cuando menos controvertida.

 

De este recelo, de esta animadversión clara de los serbios hacia el Vaticano, habla con claridad el escritor norteamericano Robert Kaplan, al que citó literalmente: “El Vaticano también tiene su parte de culpa. El sentimiento antiserbio en Croacia lo alimentó siempre la Iglesia católica romana que prefería que los croatas católicos estuvieran bajo el domino de sus aliados católicos austrohúngaros, a que fuese, incluso, más numerosos en un Estado dominado por los serbios orientales, quienes, por razones histórico-religiosas, estaban psicológicamente del lado de los rusos bolcheviques. Al Vaticano nunca le gustó Yugoslavia, ni siquiera antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando la nación no era comunista. Al rehusar poner pie en territorio yugoslavo, a menos que se le permitiese orar públicamente ante el discutible y- para muchos- comprometido símbolo de devoción croata, la tumba de Stepinac, el papa Juan Pablo II permaneció durante la década de los ochenta insensible a las memorias colectivas de los serbios ortodoxos –al igual que a las de judíos y gitanos, por quienes Stepinac hizo muy poco y muy tarde-“.

 

 

Una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, en lo que respecta a Croacia conviene recordar que, como era de suponer, las nuevas autoridades comunistas reprimieron sin contemplaciones a miles de partidarios de Pavelic, mucho de ellos ejecutados sin juicio, y todos los sospechosos de haber colaborado con el régimen anterior fueron apartados de sus cargos y depurados. También los aliados, que consideraban a los antiguos partidarios de Pavelic como sus enemigos, entregaron a miles de refugiados croatas y eslovenos a las autoridades comunistas, que por lo general les confinaban en duras condiciones carcelarias cuando no los ejecutaban sin contemplaciones. Los movimientos nacionalistas de todas las nacionalidades de Yugoslavia quedaron proscritos hasta fechas bien recientes.

 

Acabada la contienda mundial y hacerse públicos los horrores del régimen nazi, los aliados prometieron al mundo que pondrían ante la justicia a los responsables de aquellos hechos. En el caso de los criminales católicos croatas, tan solo fue posible detener a una tercera parte de los 150.000 denunciados. Los norteamericanos descubrieron una red secreta, denominada en clave “Ratlines”, en la que jugaba un papel principalísimo la Iglesia Católica y El Vaticano. Esta red se creó con el fin de facilitar la huida a Sudamérica de los criminales nazis, particularmente de los católicos ustacha. Personajes como Ante Pavelic, Andrija Artukovic, Gustav Wagner, Klaus Barbie, Franz Stangl, Walter Rauff, Josef Mengele y Adolf Eichmann, fueron algunos de los miles de criminales de guerra que la Iglesia Católica escamoteó a la justicia. Recientemente, y como muestra del grado de tolerancia hacia los crímenes perpetrados por los ustachas, moriría en el olvido (y en la cama) Dinko Sakic, conocido como el “carcelero del Auschwitz croata” o el sangriento degollador de Jasenovac.

 

El número de víctimas judías en el Holocausto croata podemos cifrarla entre las 45.000 y las 57.000, siendo el total de la antigua Yugoslavia un máximo de 63.000 (fuente: Yehuda Bauer y Robert Rozett, “Estimated Jewish Losses in the Holocaust,” en Encyclopedia of the Holocaust, Nueva York: Macmillan, 1990). Desgraciadamente, tras el final de la guerra y la caída del país en manos de los comunistas, el resto de los judíos que quedaban en Yugoslavia huyeron hacia Israel a partir del año 1945 y las comunidades que quedan, al día de hoy, son residuales y muy escasas; un cálculo aproximado cifraría en algo menos de millar el número de hebreos que residiría en total entre las seis repúblicas ex yugoslavas –Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia-. Triste final para un pueblo milenario que habitó en unas tierras donde siempre encontró refugio y consideración.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA Y RECOMENDADA:

Arendt, Hannan: Eichmann en Jerusalén. Debolsillo, Barcelona, 2005.

Carcedo, Diego: Un español frente al Holocausto. Temas de Hoy, Madrid, 2005.

Carmilly-Weinberger: Moshe: Istoria evreilor din Transilvania. Editura Enciclopedica, Bucarest, 1994.

Carp, Matatias: Holocaust in Romania.Facts and Documents. Edición publicada resumida y editada por Andrew L. Simon de las cuatro tomos publicados por el autor.

Heger, Heinz: Los hombres del triángulo rosa. Amaranto, Madrid, 2002.

Hilberg, Raul: La destrucción de los judíos europeos. Akal, Madrid, 2005.

Dwork, Debórah y Jan van Pelt, Robert: Holocausto. Una historia, Algaba Ediciones, Madrid, 2004.

Joffo, Joseph: Las canicas. Debolsillo, Barcelona, 2004.

Kaplan, Robert D.: Fantasmas balcánicos. Acento Editorial, Madrid, 1993.

Kertész, Imre: Sin destino. Narrativa del Alcantarillado, Barcelona, 2001.

Levi Primo:Liquidación. Santillana, Madrid, 2005

Levi, Primo: La tregua. Muchnik Ediciones, Barcelona, 1988.

Machtan, Lothar: El secreto de Hitler. Planeta, Barcelona, 2002.

Rees, Laurence: Auschwitz. Los nazis y la solución final. Crítica, Madrid, 2005.

Santa Puche, Salvador: Libro de testimonios: los Sefardíes y el Holocausto. Sephardi Federation of Palm Beach, Barcelona, 2004.

Vidal, Cesar: El Holocausto. Alianza Editorial, Madrid, 2005.

Tisma, Aleksandar: El Kapo. Narrativa del Alcantarillado, Barcelona, 2002.

 

WEB RECOMENDADA:

Páginas del Memorial de los Estados Unidos sobre el Holocausto (muy completa):

http://www.ushmm.org/

 

 

 

 

Deja una respuesta