CEMENTERIO JUDÍO DE WORMS, ALEMANIA

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El cementerio judío de Worms, llamado en alemán Heiliger Sand, es el más antiguo de Europa de esta religión. Cuenta con 2.000 lápidas, algunas muy antiguas, otras más modernas, y en su interior se albergan todas las etapas del judaísmo alemán, exceptuando, claro está, el periodo nazi, donde desaparecen las lápidas y la historia de esta comunidad se esfuma entre el terror nacionalista y el humo asesino de los campos de concentración. Pese a todo, incluido el vergonzoso silencio y la escasa señalización de las muestras de una antaño fecunda y luego apagada vida judía, el cementerio fue abierto en el año 1076 y tan sólo las llamas del nazismo, con sus asesinos voluntarios,  cerró su actividad para siempre. Las últimas lapidas datan de los años 30.
Los orígenes de los judíos alemanes Al parecer fue en la época romana cuando llegaron los primeros judíos a Alemania, aunque las primeras noticias en las crónicas históricas son más tardías, más concretamente a partir del año 1000, cuando se establecen en Worms y Colonia las primeras colonias. La historia, que muchas se veces se funde con la leyenda en la antigüedad, señala que los judíos de Alemania son descendientes de los benjamines que emigraron de Palestina hasta Europa, tierra de la esperanza pero también de la intolerancia y el odio hacia el judío.

Las primeras fuentes escritas señalan que la comunidad judía de Worms estaba ya asentada en el año 1034. Más tarde, en el 1074, los judíos son citados en un documento del emperador Enrique IV al referirse a una serie de exenciones fiscales, con las que se vería agraciada la comunidad. La sinagoga de Worms data del año 1034 y es una de las más antiguas de Alemania; muy destruida tras el ataque nazi de 1938 aún hoy continúa abierta y es visitable. En 1096, al igual que acontece en otras partes de Europa, 800 judíos son asesinados por los cruzados cristianos por el simple hecho de negarse a convertirse al cristianismo.

Hay que reseñar que en la ciudad de Worms vivió el famoso filósofo judío Rabi Shlomo ben Itzjaki (1040-1105), considerado uno de los más ilustres y conocidos intérpretes la Torá y el Talmud. Rashi realizó comentarios sobre ambos textos a través de un lenguaje asequible y entendible, contribuyendo a acercar el pensamiento judío a todos los ciudadanos. Sus ensayos y estudios fueron muy importantes en la época y en el siglo XV aún continuaban editándose. El personaje de Rashi es clave para entender el pensamiento rabínico hebreo y para explicar el contenido filosófico del Talmud.

Hasta el año 1236, bajo Federico II, los hebreos permanecerían bajo el mismo régimen fiscal y la ciudad sería uno de los centros judíos más importantes de la Alemania de la Edad Media. Pese a esta relativa tranquilidad y la bonanza económica, los judíos, al igual que en otras partes del continente, no se librarían de los ataques violentos y el antisemitismo reinante en la época. En 1409, en un nuevo acto contra los judíos, la comunidad es acusada del asesinato de un niño cristiano, una acusación muy habitual y argumento antisemita corriente utilizado en la época.

Este clima antisemita, bastante generalizado en casi todos los países europeos en la época, provocó en el año 1615 la expulsión de todos los judíos de la ciudad. Siguiendo los viejos ritos, la sinagoga, el cementerio y todos los edificios civiles y públicos de los judíos fueron destruidos. Un año después, los judíos volvían a ser readmitidos en la ciudad, pero nadie les compensaría por los daños causados a sus propiedades. Entre 1689 y 1699, pese a su regreso, el clima antisemita volvería a la ciudad y la sinagoga sería convertida en un establo, junto con todo un rosario de afrentas, humillaciones y castigos que la comunidad soportaría con estoicismo y resignación en una Europa cruel y despiadada.

A partir del siglo XVIII, las condiciones para los judíos cambiarían mucho, sobre todo durante los reinados de José I y Carlos VI. Pese a estos avances, los judíos siempre eran gravados fiscalmente más que los cristianos y en el año 1751 una quinta parte de los impuestos de la ciudad eran pagados por la comunidad hebrea. Este clima de cierta tolerancia hacia las comunidades judías permitió que a finales del siglo XIX los judíos de Worms participaran activamente en la vida política, social y cultural de la ciudad. Está documentado que en 1872 llegó a teniente de Alcalde un judío y que varios miembros de la comunidad participaban en el consejo local (ayuntamiento) de la ciudad.

Los finales del siglo XIX son los años dorados del esplendor, en todos los sentidos, de la comunidad de Worms, que ya en 1875 tenía censados más de 1.000 miembros. Unos años más tarde, en 1905, si nos atenemos a los censos de la época, había en Worms más de 2.000 judíos. La ciudad contaba con un hospital, una sinagoga al menos –todavía se puede visitar, aunque restaurada, pues fue destruida por los nazis en 1938-, una escuela talmúdica y el famoso cementerio judío de Worms.

En 1933, fecha de triste memoria para todos, los nazis llegan al poder de la mano de Adolfo Hitler y los judíos son excluidos casi automáticamente de la sociedad alemana. Había algo más de 560.000 judíos en Alemania entonces; muchos emigrarían antes de 1938, cuando la famosa noche de los cristales rotos, Kristallnacht, refuerza aún más las medidas antisemitas y acentúa la persecución y el odio contra los hebreos. Un año más tarde, en 1939, los nazis deciden poner en marcha la “solución final” y los judíos son enviados sin contemplaciones a los campos de concentración. Se les retirará los pasaportes y se verán presos en esa gran cárcel que fue la Alemania nazi.

Tras la Segunda Guerra Mundial, y una vez consumado el Holocausto, apenas quedarían en toda Alemania unos 37.000 judíos, habiendo quedado extinguida la vida hebrea al mínimo exponente. Son los años del silencio y de la vergüenza, cuando todavía Alemania no ha reconocido su culpabilidad y los antiguos criminales, bajo el paraguas de que durante la guerra fría todo servía contra el comunismo, volvieron a ocupar puestos de alta responsabilidad en la nueva administración democrática. La sinagoga de Worms no sería restaurada hasta el año 1956 y aún hoy cuesta encontrarla.
El cementerio de Worms Probablemente este cementerio hebreo puede ser considerado, tras los de Praga y Cracovia, uno de los más bellos de Europa. Fue abierto en el siglo XI y su cronología llega hasta los años 30 y 40, durante los terribles días del nazismo. Situado en la calle Andreasstrasse, muy cerca de la antigua puerta de Andreas, en su interior se encuentran más de 2.000 lapidas; la más antigua data del año 1077 y pertenece a Jacob Bafour.

Dentro del recinto, nos dice la historia, se suicidaron en el año 1096 varios prominentes judíos que no pudieron hacer nada por evitar las masacres y persecuciones a que estaban sometidos los judíos en aquellos días de las Cruzadas cristianas. También están enterrados numerosos miembros de la burguesía local y algunos conocidos creadores locales.

Hoy el cementerio es visitado por centenares de turistas, que quizá desconocen que tras el entorno idílico del parque donde está situado se esconde una historia turbulenta y siniestra, y es uno de los principales atractivos de la tranquila ciudad de Worms. En la sinagoga, muy restaurada y en un rincón alejado del centro comercial, apenas hay gente y un vigilante te invita a guardar silencio en el recinto sagrado y ayer mancillado. Allí, en una no tan lejana noche de 1938, sonaron las botas, los himnos y las voces de aquellos que redujeron este centro religioso a cenizas. Todo, si uno pasea por estas acogedoras calles de Worms, parece hoy muy lejano, aunque el silencio sigue llamando a la evocación y el recuerdo de los que ya no están y nunca más volverán. Testigos de la historia en primera persona, conocedores de la infamia y la ignominia, sacrificados en los altares de la limpieza étnica, los judíos de Worms son hoy tan sólo recuerdos y parte de un homenaje permanente que los vivos deben mantener con coraje y fe. Tan sólo desde la reivindicación de la memoria seremos capaces de conjurar las amenazas que aun dormitan bajo esta insípida normalidad y de aguardar juntos la aurora que devora a los monstruos del pasado.

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